En 1834 el arqueólogo francés Charles Texier descubrió en Boõazköy, en la meseta central de Anatolia, lo que más tarde resultaría ser Khattushash, la capital del Imperio hitita. Fue aquí, en la fortaleza en la que una vez estuvo el centro de la ciudad que, durante las excavaciones llevadas a cabo entre 1906 y 1912, se encontraron cuatro tabletas de arcilla (con fecha alrededor de 1500-1440 aC) con 946 líneas grabadas en ambos lados, las cuales contenían un conjunto de reglas sobre la formación de los caballos. La obra, escrita por mitanno Kikkuli para el rey Suppiluliumas I el Grande, representa el primer registro escrito hasta ahora trazada sobre la crianza de caballos, lo que constituye un verdadero manual con un programa basado en un ciclo de 180 días, con reglas precisas, aunque referidas exclusivamente a la preparación de los caballos para los carros de guerra.
La primera evidencia de montar a caballo viene a nosotros a través de las descripciones míticas del ejército de amazonas y las fuerzas armadas del rey etíope Memnón. La historia de la equitación y, más en general, la relación entre el hombre y el caballo ha conllevado a lo largo de los siglos una amplia esfera de aplicaciones pero, por lo que respecta a la domesticación y al entrenamiento del animal, durante dos mil años la atención ha estado exclusivamente centrada en campañas y batallas militares.
La Academia de Nápoles llegó a su apogeo en el siglo XVI por Gian Battista Pignatelli, que atraía a estudiantes de toda Europa. El caballero napolitano era capaz de destacar en el arte de montar a caballo y de instruir a los jinetes y caballo, además erigió en Nápoles los primeros «cavallerizze» (cuadras). En ese momento, Nápoles se estableció como centro de irradiación de la equitación y modelo de la nueva cultura que se estaba formando alrededor del caballo. Estos hechos se reflejan muy bien en toda la literatura del siglo, des del Mercante di Venezia de Shakespeare a la Vite del Vasari. En Nápoles, la nobleza vino de toda Europa para aprender el arte que una vez perteneció no solo a reyes y príncipes, sino también a papas, cardenales y prelados.